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¿Quién fue Muhammad ibn Abd Al-Wahhab y qué tiene que ver con Daesh?

Muhammad ibn Abd Al-Wahhab (1703-1792) nació a principios del siglo XVIII en Najd, en la Arabia Saudí actual, aunque en ese entonces el país aún no existía. Miembro de una tribu árabe suní, su padre era un juez respetado de quien aprendió los fundamentos del islam. No obstante, tras abandonar su tierra natal en busca de maestros con los que estudiar, Al-Wahhab empezó a alejarse de la doctrina asimilada de niño, hasta ganarse finalmente el repudio de su propia familia.




Muhammad ibn Abd Al-Wahhab (1703-1792)


¿Qué es lo que propició tal hecho? El religioso fue influenciado por el teólogo y erudito Ibn Taymiyyah (1263-1328), considerado uno de los máximos exponentes de la escuela jurídica Hanbali. Esta escuela, que es una de las cuatro existentes en la religión, se caracteriza por ser la más estricta, haciendo una interpretación casi literal de los textos sagrados, a saber, el Corán y los Hadith. De hecho, Ibn Taymiyyah predicaba el retorno del islam a su versión más “pura”, “original”, de acuerdo con la interpretación de las tres primeras generaciones de musulmanes, los llamados salaf o ancestros.



Ibn Taymiyyah (1263-1328)




Básicamente, esta purificación consistió en declarar kufar o infiel a todo aquel que no siguiera estrictamente las indicaciones dadas por el erudito. Según este, cualquiera que contraviniese el gobierno de Alá debía ser considerado un renegado, un infiel que merecía su castigo, entendiéndose por castigo la muerte. Y esto incluía a judíos, cristianos, yazidíes… incluso a los propios musulmanes, fueran estos sunís o chíis.


Al-Wahhab, cuatro siglos más tarde, defendió la aplicación de la sharia en el mismo grado que Ibn Taymiyya. Se inspiró en él para dictar un gran número de prohibiciones que debía respetar todo “buen” musulmán. Así, basándose únicamente en el Corán y los Hadith, además de en su referente, rechazó varias prácticas muy comunes en el islam, las cuales eran para él “innovaciones”: la construcción y adoración de templos, el culto a santos y ángeles, el esoterismo, la magia, la tenencia de rosarios, el tabaco, el alcohol, el divorcio, la celebración de cumpleaños propios o de personajes religiosos…


Por otro lado, siguiendo el ejemplo de Ibn Taymiyya, Al-Wahhab recomendaba rapar la cabeza de los niños, promover campañas contra el libertinaje (enfocadas mayormente a tabernas y prostíbulos), golpear a un ateo antes de su ejecución pública, destruir cualquier símbolo de idolatría en las mezquitas, atacar a los astrólogos, obligar a los jeques sufís a adherirse a la llamada Sunna, condenar a los vendedores de vino… El propio Ibn Taymiyyah, junto a sus discípulos, solía atacar las tiendas de esta bebida en Damasco, rompiendo las botellas y vaciándolas en el suelo.


También según esta doctrina, los presuntos asaltantes de caminos que no revelaran a sus cómplices o el lugar exacto de su botín debían ser detenidos y azotados por un tiempo indefinido. En términos generales, se recomendaba castigar con el látigo a los deudores encarcelados, y se permitía que los acusados de haber cometido algún crimen fueran condenados sin testigos o ningún tipo de prueba. No contento con todo esto, Al-Wahhab se propuso lanzarse a la yihad, en el sentido de “guerra santa” contra toda las demás religiones.


En 1740, empezó a enviar cartas tanto a sus partidarios como a sus enemigos y al conjunto de los musulmanes. A través de ellas amenazaba con el takfir o excomunión a todos aquellos cuya opinión difiriera de la suya; “el que conoce la unicidad divina y no actúa en consecuencia es un infiel”, rezaban. Precisamente, el movimiento hoy llamado takfiri tiene sus raíces en esta doctrina, y ha servido para justificar el asesinato de los “impíos”.


Sin embargo, al igual que le ocurriera a Ibn Taymiyyah, quien fue encarcelado de manera reiterada por su pensamiento, las ideas de Al-Wahhab apenas fueron tomadas en serio. Es más, la totalidad de los grandes eruditos de su época lo desautorizó; fue acusado de “innovador”, “extraviado” y “ateo”, entre otras cosas, y no se le reconoció ninguna calificación teológica.


Tuvo que esperar hasta 1744, cuando, tras ser expulsado de La Meca debido a su fanatismo, optó por refugiarse en Dariya, donde se reunió con el emir local, Muhammad bin Saud (1710-1765). Por aquel entonces, a Al-Wahhab le interesaba disponer de un brazo armado con tal de difundir su ideología, mientras que el gobernador estaba en busca de una doctrina religiosa para dar legitimidad a sus conquistas. Estas necesidades les llevaron a establecer un pacto para, por un lado, divulgar lo que hoy en día se conoce como wahabismo, y, por otro lado, unificar todos los clanes de Arabia bajo una misma bandera. Así pues, para sellar su alianza, tuvo lugar el que se conoce como pacto de Dariya, a través del cual el religioso dio una de sus hijas en matrimonio a uno de los hijos del emir. Así empezó una alianza dinástica y un trato por compartir el poder que culminó a principios del siglo XX y que continúa en la actualidad en el reino de Arabia Saudí, nombre que por cierto viene de Saud.



Muhammad bin Saud (1710-1765)


Desde su implantación de forma oficial, el llamado wahabismo saudí ha propiciado no sólo la divulgación de una versión “purificadora” y radical del islam, mediante escuelas, mezquitas, periódicos, etc., sino la realización de acciones como la destrucción de patrimonio islámico del reino. En su nombre han sido derribados lugares sagrados como las grandes mezquitas de La Meca (Masjid al-Haram) y Medina (Al-Masjid Al-Nabawi), y la casa natal de Muhammad, entre otros, al permitirse sólo la adoración a Alá. Actualmente, tanto el cine como la fotografía están prohibidos en este país.


¿Y qué tiene que ver todo esto con Daesh? Pues bien, la relación es bastante obvia. Para empezar, si uno se remonta a las fases de expansión de los wahabo-saudíes, entre los siglos XVIII y XX, las masacres que las acompañaron, bajo la bandera de la yihad, han servido de modelo para varios grupos terroristas actuales. Las fatwas o pronunciamientos legales emitidas por Arabia Saudí dan hoy en día legitimidad a Daesh para efectuar decapitaciones, amputaciones de extremidades y ejecuciones públicas de kufar. De hecho, el grupo emplea los mismos métodos que el reino, los cuales se predican desde el wahabismo. Un caso concreto: hace algo más de un año, la organización utilizó una fatwa de Ibn Taymiyyah para justificarse tras quemar vivo al piloto jordano Muath al-Kasasbeh.









Miembros del grupo terrorista Daesh


El mundo ha presenciado también cómo Daesh ha terminado con auténticos vestigios de la historia: el Templo de Bel, en Palmira; la Pared de Nínive, en Irak; la antigua ciudad asiria de Nimrud, también en suelo iraquí, etc. Pero no sólo destruye obras de arte; una fatwa en Arabia Saudí prohibió la existencia de iglesias en el reino, lo que propició, a través de la expansión del wahabismo, la destrucción de las ya construidas en lugares como Siria, Iraq, etc. Recordemos de dónde provienen estos actos.





Destrucción mediante explosivos del Templo de Bel, en Palmira


Hacer de la doctrina wahabita la nueva ortodoxia del islam se ha convertido, por tanto, en el objetivo de diversos actores, principalmente de dos de ellos: el grupo terrorista Daesh, que persigue la imposición de un califato mundial, y el reino de Arabia Saudí, cuya influencia a nivel ideológico gana cada vez más peso, con el beneplácito de Occidente, más interesado en seguir comprando su petróleo que en tratar de arrancar de raíz el origen del yihadismo.


Podría decirse, en fin, que Al-Wahhab, precedido por Ibn Taymiyya, ha logrado, mediante la innegable intercesión del reino de los saudíes, imponerse en la mente de un grupo terrorista que amenaza hoy con acabar no sólo con Occidente, sino con todos los kufar del mundo. El “puritanismo” islámico, convertido hoy, en parte, en yihadismo, debe sus raíces, en resumen, a un fanático que pasó de ser ridiculizado a implantar todo un modelo de Estado en la misma cuna del islam. La relación entre el país saudí y el terrorismo daría para otro artículo.


Bibliografía


Armstrong, K. (2004). Los orígenes del fundamentalismo en el judaísmo, el cristianismo y el islam. Barcelona: Tusquets Editores.


Napoleoni, L. (2003). Yihad. Cómo se financia el terrorismo en la nueva economía. Barcelona: Ediciones Urano.

Saleh Alkhalifa, W. (2007). El ala radical del islam. El islam político, realidad y ficción. Salamanca: Siglo XXI de España Editores.



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