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Las reformas educativas en el período Meiji

A mediados del siglo XIX Japón salió de su aislamiento, uno que se había prolongando durante más de dos siglos al exterior gracias al mantenimiento del sistema del sakoku (lit. país encadenado), pero se rompió con la presión de las potencias occidentales sobre el país, especialmente la de los Estados Unidos, consiguió el fin del cierre a través de la firma de una serie de tratados desiguales desfavorables para Japón. La apertura conllevó una serie de consecuencias políticas, económicas, sociales y culturales tales que cambió lo que había sido Japón hasta entonces y la cesión ante las pretensiones occidentales llevó también a la decisión de los japoneses de modernizar el país y llevar a cabo las reformas que fueran necesarias para ponerse al mismo nivel que aquellos frente a los que habían claudicado. En este sentido, Una de las reformas más destacadas fue la educativa, tanto por la importancia que tuvo la educación en la formación de los nuevos japoneses, como por los efectos que tendría posteriormente en la influencia nacionalista en el carácter japonés.


En primer lugar, debemos observar los precedentes y la situación educativa de Japón antes de su apertura. Aunque el sakoku cerró Japón al exterior, de hecho se mantuvo abierto por una estrecha brecha, pues se mantuvo el contacto con chinos y holandeses en Nagasaki, por lo que sí llegaban noticias y conocimientos del exterior. La educación en Japón antes de su apertura podríamos decir que era más o menos buena, de hecho antes de la promulgación de la primera ley de educación con la reforma, la alfabetización era relativamente alta: en 1870, dos años después de la restauración del emperador (por tanto prácticamente al inicio de las reformas), menos de la mitad la población masculina era analfabeta, por tanto se partía de una base relativamente alta. Durante el período Tokugawa hubo tres tipos de centros: 1) los terakoya, centros de influencia budista para los campesinos con recursos; 2) los hankō, que estaban dirigidos a los samuráis y señores feudales, a los cuales daba una educación de raíz confuciana; finalmente 3) los rangaku, impulsados por los holandeses, donde se estudiaban la ciencia y la tecnología europeas, aunque cabe destacar que debían estar estrictamente fuera del ámbito de las creencias cristianas. La mayoría de estos centros se ubicaban en las ricas ciudades japonesas, que tenían una activa vida cultural alrededor de los comerciantes o chonin, aunque cabe destacar que la población urbana representaba únicamente el 5% del total.

Tratado sobre medicina traducido al japonés realizado en un centro rangaku (Wikimedia Commons)


Ante la llegada de los occidentales y sus enormes barcos que amenazaban las costas nipas, al gobierno del bakufu, con el shogun (cargo en realidad militar que ostentaba el gobierno efectivo desde hacía siglos en sustitución del emperador, de carácter simbólico) al frente, se le planteó el dilema de si resistir o ceder ante las presiones. Tras un clima de debate entre dos bandos: uno que quería resistir a los occidentales; otro, prefería ceder ante los occidentales para no ser derrotados totalmente y empezar a llevar a cabo una serie de reformas para modernizar Japón. Así pues, al final ganaron los segundos, y se decidió ceder frente a los occidentales, pero los japoneses idearon un plan: enviar legados y estudiantes a países occidentales para aprender su técnica para luego aplicarlo en Japón (una de las misiones más importantes fue la Iwakura). De esa forma, se pondrían a su mismo nivel, por lo que empezó un período reformista que tuvo en uno de sus pilares la educación. Sin embargo, la apertura del país a los occidentales no tardó en tener consecuencias políticas: las actuaciones del shōgun sin el consentimiento del emperador llevaron a una revolución de los señores feudales, los daimyō, que condujeron al fin del shogunato Tokugawa y a la ‘restauración’ de la figura del emperador en 1868, aunque ello no supuso un retroceso en el avance de las reformas educativas.

Fotografía del emperador Meiji con uniforme militar en 1873 (Wikimedia Commons)


Para poner las bases de la reforma, en 1871 se fundó el ministerio de educación y en 1872 se establece la primera ley de educación japonesa, que establecía la educación universal para todos los ciudadanos, en teoría, durante un período de ocho años (con los años esto variaría, con reducciones y ampliaciones, que acabaría en seis años en 1907) establecido en los ciclos de primaria y secundaria. Con esta ley el gobierno declaraba que «ninguna comunidad con una familia analfabeta, ni ninguna familia con algún analfabeto entre sus miembros», esto incluía a las niñas sin ningún tipo de restricción: «en la humanidad no existen diferencias entre hombre y mujeres. No hay ninguna razón por la cual las niñas no deban ser educadas igual que los niños.», si bien mantenía la visión tradicional de la mujer como encargada del hogar y de cuidar y educar a los hijos: «futuras educadoras de nuestros hijos […] la educación de las niñas reviste la máxima importancia», pero es cierto que la alfabetización a finales del siglo XIX era alta. En cualquier caso, la ley educativa introdujo las ideas occidentales dando énfasis al pragmatismo y al utilitarismo del conocimiento, dando a entender que los japoneses culturalmente no se sentían inferiores a los occidentales.


El modelo, sin embargo, no fue único ni se mantuvo incólume a lo largo de los años, de hecho en pocos años se hicieron numerosos cambios basados en los modelos de varios países occidentales: en 1872 se toma prestada la estructura escolar francesa, con una fuerte centralización del estado y se usa el currículum estadounidense, pero por aquel entonces se construyen pocas escuelas y algunas incluso se instalaron en templos budistas; poco después, en 1879 se revisa la estructura por la de Estados Unidos, que al contrario que la de Francia, daba más poder a las administraciones locales y descentralizaba la estructura educativa, pero ello no solucionó la problemática, puesto que las entidades locales cerraban los centros para ahorrar, por lo que el estado volvió a centralizar el sistema y, a partir de 1880, revisó el currículum escolar implantando el modelo alemán propuesto por J. F. Herbart que apostaba por desarrollar el carácter moral de los estudiantes.


La centralización se mantuvo y con el tiempo el gobierno fue interviniendo cada vez más en la educación, desde la primaria hasta la universidad: controlaba los contenidos, la publicación de los libros de textos. En institutos y universidad introduce el entrenamiento militar, lo que militariza la enseñanza, y a partir de 1880 estudia y controla las especializaciones en los niveles educativos superiores fijándose especialmente en los alemanes, aunque combinándolos con otros. En 1870 el estado fundó la Universidad de Tokio –luego añadido el epíteto Imperial, que se convirtió en el prototipo de todas las universidades japonesas modernas, cuya función primordial fue la de preparar a los futuros funcionarios y burócratas adeptos al sistema establecido con la reforma Meiji.

Fotografía del edicto imperial de 1890 (Wikimedia Commons)

Todas estas ideas intervencionistas quedaron reflejadas en el edicto imperial sobre la educación de 1890. La nueva norma supuso la sustitución del pragmatismo y el liberalismo anterior por una educación de óptica nacionalista que se inspiraba en el pasado imperial y se servía de éste para dar importancia a la nacional japonesa representada por la figura del emperador, además de favorecer las tradiciones confucianas basadas en la modestia, la moderación y la benevolencia. Esto también implicaba el amor al país y el respeto a la autoridad, pues animaba a profundizar los conocimientos de los ciudadanos para garantizar el bien común y el interés general de la nación, el respeto a las leyes y a la constitución, y también en servir a la nación en la defensa: «en caso de emergencia ofreceos corajosamente al estado, guardando y manteniendo […] la prosperidad de nuestro trono imperial […]», claro ejemplo del aumento de la tendencia militarista posterior de Japón.


Por tanto, en resumidas cuentas vemos como las potencias occidentales precipitaron las reformas en Japón, donde de hecho ya había una situación educativa relativamente buena. Sin embargo, la reforma conllevó la introducción del saber occidental, tanto práctico como teórico, un nuevo currículum, que dejó de lado los conocimientos tradicionales, a pesar de que culturalmente los japoneses nunca se sintieron inferiores. Así pues, la educación fue uno de los puntales para fortalecer la nación y ponerse a la altura de las naciones más avanzadas, destacando su universalización y la igualdad de aprendizaje entre hombres y mujeres, pero que, centralizadas por el gobierno se convirtieron en una herramienta para sustentar el sistema político y moldear a la población para imprimir en ella un carácter nacionalista y militarista.


Bibliografía:

  • BEASLEY, W. G. The Meiji Restoration. Standford University Press, 1972.

  • JUNQUERAS, O.; MADRID, D.; MARTÍNEZ, G.; PITARCH, P. Història del Japó. Barcelona: UOC, 2011.

  • HANE, M. Breve historia de Japón. Madrid: Alianza, 2007.

  • HANE, M.; PEREZ, L. G. Modern Japan: A Historical Survey. Boulder: Westview Press, 2008.

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