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El encierro del marqués de Sade. Los verdaderos motivos de su largo presidio

Donatien Alphonse François de Sade, más conocido como marqués de Sade, nació en París el 2 de junio de 1740. Famoso por su literatura erótica a la par que repulsiva, pasó 27 de los 74 años que vivió encerrado. Si bien su nombre es asociado a lo obsceno, no debe ignorarse su faceta como filósofo. De hecho, resulta interesante adentrarse en su pensamiento, ya que ayuda a comprender el contexto de su época. Sade fue educado en la corriente liberal, racionalista y empirista, propia del llamado Siglo de las Luces.

Retrato del marqués de Sade

Pasó por varios regímenes políticos en Francia; la monarquía de Luis XV, la de Luis XVI, la Revolución Francesa, el Terror, el Directorio, el Primer Imperio y, por último, la Restauración. En todo este tiempo, fue encarcelado y posteriormente liberado en múltiples ocasiones, tanto en el Antiguo Régimen como en época revolucionaria y posteriormente bonapartista. La pregunta que nos surge es: ¿por qué? ¿Fueron sus polémicas novelas suficiente justificación para ello? ¿Fue su condición de noble en el contexto revolucionario? Esto es con probabilidad lo primero que nos viene a la mente. Sin embargo, la respuesta es algo más compleja.

El encierro del marqués de Sade suele dividirse en dos etapas: la primera (1768-1793) la pasó en diversas cárceles, y la segunda (1801-1814) en el asilo de nombre Charenton. El primer período comienza cuando, el 3 de abril de 1768, el marqués es acusado de violar y flagelar a una viuda. Si bien a día de hoy todavía no hay pruebas que demuestren su culpabilidad, como consecuencia pasó seis meses encerrado en la cárcel de Lyon.

Celda del marqués de Sade en el castillo de Vincennes

Más tarde, el 3 de septiembre de 1772, Sade es condenado a muerte por el escándalo de los “bombones envenenados” que supuestamente ofreció a unas prostitutas. Esto es considerado un pretexto por autores como Sánchez Paredes (1974: 17), que insinúa que quizá la causa real de su sentencia fueron sus panfletos revolucionarios a favor de la República francesa. Esto habría puesto a los poderosos del Antiguo Régimen en su contra, desde el momento en que temieron perder sus privilegios.

El marqués consiguió huir de su destino, aunque fue vuelto a encerrar cuatro años más tarde. Así pues, permaneció en el castillo de Vincennes, en París, entre 1777 y 1784, hasta que fue trasladado a la Bastilla. Tras protagonizar un episodio de locura, la noche del 3 al 4 de julio de 1789, Sade fue llevado al manicomio de Charenton, apenas diez días antes de estallar la Revolución. No sería hasta el 2 de abril de 1790, casi nueve meses después de la toma de la Bastilla, tras trece años de cárcel, cuando Sade obtuvo la libertad de nuevo, gracias a su apoyo al liberalismo. Tenía ya cincuenta años.

Grabado de la fortaleza de la Bastilla tras su construcción

Si se analizan las penas que le fueron impuestas a lo largo de todo este tiempo, lo cierto es que no guardan proporción con los delitos cometidos. La flagelación era una práctica frecuente en el siglo XVIII, tanto para ascetas como para libertinos, siendo para estos últimos un método de recuperación del vigor perdido durante sus orgías. Además, la mentalidad de la época veía como una necesidad el castigo físico, que se practicaba en las escuelas, y que gran parte de los padres administraba a sus hijos y sirvientes cuando se cogían en alguna falta. De hecho, los delitos atribuidos a Sade –administración de cantáridas y flagelación de prostitutas– eran anomalías sexuales muy practicadas en su época entre los privilegiados. Y, como asegura Sánchez Paredes (1974: 96), “nunca ningún poderoso pasó la mitad de su vida recluido por esos delitos, o incluso por otros muchos peores”.

Por otra parte, tampoco fueron sus polémicos libros los que provocaron su primer período de cárcel, ya que estos fueron escritos precisamente durante su presidio –si bien antes había redactado ya muchas obras de teatro, que había hecho representar en su castillo de La Coste. Parece que la verdadera causa de su encarcelamiento fueron los esfuerzos de su propia suegra, la cual tuvo que soportar que sus dos hijas se enamoraran de él; Sade se casó con la mayor, a la que nunca quiso, y a la cual despreció hasta divorciarse, mientras, al mismo tiempo, mantuvo una relación con su hermana, que devino una segundona.

Castillo de Vincennes

Durante un breve período de su libertad, entre 1790 y 1793, el marqués se adhirió y participó de manera activa en el proceso revolucionario. En junio de 1791 se le confirmó como “ciudadano activo”, y colaboró escribiendo discursos, entre ellos el del funeral de Marat. Sin embargo, el 8 de diciembre de 1793 fue detenido de nuevo, esta vez bajo la acusación de moderado; como presidente de un tribunal revolucionario, Sade se había negado a firmar sentencias de muerte –incluso la de su suegra, además de ayudar a escapar a unos condenados a la pena capital. También podría haber influido su ateísmo, ya que Robespierre se encargó de condenarlo –defendía un Estado laico, pero la sociedad debía ser cristiana. Otra hipótesis es que la detención fue motivada por ser padre de emigrados, ya que sus hijos emigraron contra su voluntad, y en la época del Terror huir de Francia constituía un delito. El 24 de julio de 1794 fue condenado a la guillotina, pero finalmente logró salvarse gracias, fundamentalmente, a la caída del Incorruptible.

Tras un período de libertad que le duró siete años, y en el cual malvivió a causa de su pobreza, el segundo período de reclusión de Sade empezó el 6 de marzo de 1801. Fue encarcelado por Napoleón primero en Sainte-Pélagie y luego en Bicétre, mitad cárcel mitad manicomio, hasta que finalmente se trasladó a Charenton, una institución con mejores condiciones. Se le diagnosticó para su ingreso “demencia libertina”, y allí permaneció recluido hasta su muerte. Esta vez, el motivo principal sí tuvo que ver con su obra. Concretamente, la publicación en 1791 de su novela más famosa, Justine, así como de Oxtiern o las consecuencias del libertinaje en 1801, provocó las iras del emperador.

Grabado de Napoleón arrojando al fuego la novela Justine

Hay que tener en cuenta que a partir de 1791 el Código Penal francés elevó a rango de delito “la enseñanza y manifestación de las doctrinas inmorales”. Naturalmente, la obra del marqués de Sade tenía muy poco de moral, por lo que la venta de sus libros estuvo prohibida durante todo el siglo XIX y la primera mitad del XX, aunque estos circulaban de forma clandestina. El mismo Sade negó toda su vida ser el autor de Justine, calificando esta novela de infame e inmoral, lo que podría interpretarse como un signo de cobardía, en el convencimiento de que el libro podría devolverle al calabozo, cosa que finalmente ocurrió.

Como conclusión, pues, el marqués de Sade no fue encarcelado ni por su pertenencia a la aristocracia ni, en un primer momento, por el carácter pornográfico de su obra. Más bien fue víctima de una serie de acusaciones, probablemente perpetradas por su suegra: primero se le acusó de violación, luego de intento de homicidio. Ya en la época del Terror, se le condenó a muerte por moderado, por ateo y/o por padre de emigrados. Finalmente, el mismísimo Napoleón ordenó su encierro tras leer su novela Justine. ¿Fue este personaje tan horrible como para merecer pasar casi tres décadas de su vida encerrado? Esta reflexión ya requiere un debate aparte.

Bibliografía

Mayos, G. “De Sade o la subversión de/en la Ilustración”. Revista de Filosofía, 1993, nº 7, pp. 89-102.

Sade, D. A. 120 días de Sodoma. 1904.

Sade, D. A. Aline y Valcour o La novela filosófica. 1795.

Sade, D. A. Diálogo entre un sacerdote y un moribundo. 1926.

Sade, D. A. Justine o los infortunios de la virtud, 1791.

Sade, D. A. La filosofía en el tocador. 1795.

Sánchez Paredes, P. El marqués de Sade. Un profeta del infierno. Ediciones Guadarrama, Punto Omega, Madrid, 1974.

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